Y a veces me doy cuenta que no siempre es cuestión de
tiempo. Hoy no es más que una magnitud, que una unidad de medida, un factor que
se encapricha en transcurrir siempre a la misma velocidad y sin cansancio. Pero
ayer lo engañamos.
Ayer mi paz tuvo sentido en tu
abrazo, y el tiempo transcurrió quizás, a la misma velocidad, pero nos vio
desde lejos caminar mas despacio, y al girar su cabeza aminoró la marcha y
sonriendo, fue cómplice de un momento eterno.
Se distrajo, aunque sea por ese sólo momento, se perdió en la inmensidad
del segundo que duró tu pestañear, y cuando quiso recuperar su curso en su
marcha habitual ya era tarde, estaba completamente sumergido en un beso para
siempre. Y confundió el ritmo del segundero con mi pulso acelerado, y se llenó
de resignación al no poder seguirlo, fue entonces que reconoció el engaño, y
empezó a transcurrir otra vez, entendiendo que dos cuerpos ya no les
pertenecían. Porque hay simples gestos que trascienden hasta lo inmaterial, y
en ese instante el tiempo deja de existir.
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