Porque hay historias que merecen ser contadas...

Es hoy cuando decido aprovechar la bondad de internet para empezar a organizar una parte de mi vida. Alguien me comentó que había creado un blog para su mamá y lo vi como una buena alternativa de poner en orden un gusto que siempre tuve y nunca me animé a compartir masivamente, quizá porque en realidad no me considero bueno, sino simplemente un aficionado que encontró en la escritura una descarga, una terapia, y sobre todo una forma de no matar los recuerdos, porque a medida que pasa el tiempo, la memoria nos engaña.
No recuerdo cuando descubrí este gusto, pero fue hace mucho tiempo y gracias al amor por la enseñanza y la literatura de una profesora del secundario (Ana Machado), y porque algo merecía ser documentado de alguna manera, y para mi la palabra escrita es la mejor forma de trascender cualquier frontera, incluso cuando el tiempo, la vida, y la muerte nos condenan a un final anunciado. Porque sigo insistiendo en que hay cosas que son infinitas, y no todo termina cuando nos llega la hora, porque al límite de nuestra existencia lo determinamos nosotros mismos con lo cosechado en vida, y hay palabras que tienen miles de años y perduran gracias a que alguien las escribió en un papel, una piedra, una pared.
La literatura es un arte, y como todo arte es infinito. Muy lejos estoy yo de ser un artista, aunque en mi afán de escritor, alguna tuve la fantasía de que mucha gente llegara a leer lo que escribo con el mismo gusto con el que lo hago.
Soy desordenado por naturaleza, y en ese gran desorden perdí muchas cosas que escribí, nunca tuve un diario, bitácora, cuaderno, archivo, ni nada que conserve lo que fui escribiendo, y lamento haber perdido una parte de esos recuerdos que no merecen morir. Por eso es que decidí desde hoy recopilar mi material en un blog.
Porque internet es la herramienta mas usada del mundo, porque así voy a dejar perder lo que voy escribiendo, y porque quizá no cumpla ese sueño de que mucha gente lo lea, pero se que alguien lo va a leer y se va a encontrar entre mis recuerdos, y hasta quizá sonría de gusto.
Termino el prologo de mi blog con un GRACIAS a todas las personas que vayan a participar directa o indirectamente de él, porque cada día guarda mil historias que merecen ser contadas, y yo lo hago "por el gusto de escribir".

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Amigos que se fueron

Retumbaba molesto el reproche en mi cabeza, por no saber con exactitud las fechas en las que mis mejores amigos de la infancia cambiaron de mundo, y transportaron sus almas a algún lugar más cómodo, del que nunca nadie quizo volver. Lo cierto es que no recuerdo cuándo Cristian (primero) y Oscar (unos años después) murieron.
El primero falleció en un accidente de motos en el que otras dos personas también perdieron la vida y Oscar, decidió quitársela quien sabe por qué. Y a pesar de haber compartido una infancia feliz, no logré recordar cuándo se fueron, y por eso me torturé varias horas antes de entender que no es tan importante recordar esas fechas. Recuerdo sí, esos momentos, y me causa un gran dolor; también recuerdo extrañas coincidencias que me dejan pensando.
De chico era un apasionado por las motos, de hecho tuve la primera a los seis años, y era Cristian quien de chico cuando lo llevaba conmigo iba pidiendo que bajara la velocidad, porque le asustaba, las motos a él no le resultaban nada agradables, y fue así como terminó su vida. Y lo de Oscar es sí sorprendente... Él había premeditado su final, yo en aquel entonces trabajaba en una discoteca a la que mi amigo no iba nunca, de hecho hacía mucho tiempo que yo no sabía nada de su vida. Pero el sábado anterior al lunes que se suicidó en el patio de su casa, fue a saludarme y a preguntarme por mi familia, fue raro, pero no dejó de ser un motivo de alegría volver a verlo después de un tiempo. Claro, yo no sabía que era una despedida.
El lunes yo tomaba unos mates con mi papá antes de que se fuera a trabajar, y de repente se me descolgó de la memoria un recuerdo de la infancia en la que Chanchín, así apodábamos a Oscar, se lastimó un tobillo jugando en el aeroclub; le comenté a mi papá, y fue motivo de risas porque a mi amigo siempre le pasaba algo por estar en el medio. Y minutos después de quedarme solo porque mi padre había salido, recibí una llamada de mi tío, que desde la casa de mi abuela, vecina de Oscar, me avisaba que éste último se había colgado en el patio, y no lograba tragar saliba al calcular que había sido al mismo momento que ese descolgado recuerdo se presentó con simpatía en la ronda del mate.
No logré ubicar a nadie que me llevara al barrio en aquel momento, y lo único que tenía en casa era una bicicleta con las dos ruedas desinfladas, que tomé sin dudar y salí lo más rápido que pude hacia un escenario trágico en el que yo no podía ser más que espectador, con la impotencia de no poder hacer nada para remediar los hechos. Muchas cosas pensé entonces, porque a pesar de que las circunstancias habían marcado distancia y caminos diferentes, los recuerdos de una niñez feliz a la que no le cambiaría nada, tenían siempre de coprotagonistas, a dos personas a las que no volvería a ver nunca.
Y otro recuerdo causal y casual. En el extraño dolor recordé también el día en el que perdí a mi abuelo, un viejo extraordinario, al que bauticé papá desde siempre, y compartío ese rol con mi padre hasta qué nos dijo adios. Aquel día estaba perdido, desorientado, sin entender, a mis nueve años, por qué mi abuelo ya no estaba. Y dos angelitos aparecieron, en una vieja bicicleta con las ruedas desinfladas, a hacerme compañía en el velorio; incondicionales, infantiles, amigos.
Y ahora me tocaba a mi, algo así como 10 años después, pedalear la vieja bicicleta desinflada para despedir al mayor del trío de atorrantes que le arruinaba la siesta a todo el barrio cada día de nuestra infancia. Me tocaba guardar otra lágrima en la caja de recuerdos felices, con la esperanza de encontrarlos en algún lugar, para volver a reirnos de las travesuras de cuando éramos niños.
No recuerdo las fechas en las que se fueron, pero ya no me lo reprocho porque aún conservo la caja con los recuerdos felices intactos y unas palabras que escribí unos días después de que Oscar había decidido irse para siempre.
Sin ser amigo de la religión, y con muchos cuestionamientos lógicos, lejos de la práctica y los dogmas del catolicismo, sin compartir ideas cristianas a cambio de un diesmo, sin rezar en una meca budista, y mucho menos asumir la ley del Islam; nunca perdí la Fé en Dios, y hoy en una etapa algo más espiritual encuentro un sentido más especial a aquellas palabras que escribí una vez. Por eso rindo homenaje a los amigos que se fueron, como ya dije, a un lugar más cómodo. Y espero volver a verlos, en un futuro muy, muy, muy lejano.

Muerte...

El día que sin argumentos
puso fin a este cuento,
pintó en acuarelas un cielo azul,
se metió a reposar en un baúl,
y luego de haber descansado
de un largo pasado,
de toda una vida de espera,
subió una escalera de encantos,
y vió que ahora estaba entre tantos
iguales a él,
en el lugar que un sueño
le hizo creer
que había estado antes.

Allí no habia infantes,
adultos, ni ancianos,
sólo figuras de humanos,
que sin ser perfectos
ocultaban sus defectos
tras la felicidad;
la misma que él
empezaba a sentir,
así que no tuvo que fingir
la sonrisa mas grande.

Su tiempo era eterno,
y el ángel más tierno le dijo
llamándolo hijo
y con ojos de padre,
que en premio,
a su lucha en las malas,
a sus interminables ganas
de no parar,
se había ganado sus alas,
ahora puede volar.

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