A veces se me llena el culo de
preguntas, la vida me pone en un contexto que juzgo equivocado, y acto seguido
mi autocrítica me empequeñece al extremo. Generalmente esto me pasa cuando
estoy solo, lo que ni siquiera me permite salir al cruce de un poco de lástima,
o lo que sería aún mejor, que nos refugien las palabras de algún amigo que
aunque sabemos que el único fin que llevan es levantarnos un poco la autoestima,
dan un absurdo pero efectivo resultado.
Hoy el contexto fue decorado por
algunos textos en formato de audio, leídos por su propio autor, un gordito
contemporáneo al que admiro demasiado como para putearlo, pero odio lo
suficiente como para poder disimular mi envidia ante tanta facilidad de
palabra.
Nunca soñé con ser escritor, ni
mucho menos. No es sólo una cuestión de autocrítica, es simplemente el hecho de
saber ubicarse en el lugar que me corresponde, eso que la mayoría conoce como
realismo. Convengamos que tampoco nunca soñé con ser diseñador, y mucho menos
carpintero, tareas que hoy desempeño con una modesta voluntad, y gran parte del
tiempo me hacen sentir un tipo con vocación y, por sobre todo, me ayudan a llegar
a fin de mes.
Pero he aquí mi catarsis, “otra
vez, de nuevo, de vuelta”, como diría un viejo conocido del pueblo donde vive
un primo que nunca más vi, tampoco vi nunca más al viejo redundante que
describe a la perfección las actitudes del inconsciente colectivo de nuestra
sociedad. Y entre vueltas y más vueltas yo volví a escribir. Y a repetirme para
mis adentros la misma pregunta tan pelotuda de siempre, que sólo cobra sentido
cuando no tiene una respuesta. ¿Por qué?
Porque sí. Porque quiero, porque
puedo, porque uno a pesar de ser consciente de sus capacidades y limitaciones,
no puede sustraerse a sus pasiones pero, de cierta forma, este es un modo de
sustraerme de la realidad y pasar al plano de los sueños, esos que son
tangibles porque son producto de mis recuerdos y mi imaginación. Porque entre
tantas preguntas que me hicieron apretar el esfínter para no hacerme encima, se
me ocurrió preguntarme, ¿qué hace un hombre que no tiene pasiones? ¿Qué lo
despierta a diario? ¿Qué lo manda a dormir otra vez si no es la tristeza de ser
una insípida pieza de un sistema que siempre me costó entender?
Cuando me cansé de hacerme
preguntas pelotudas me fui a dormir sonriendo, queriendo decirle cariñosamente
al gordo, con todas las contradicciones y contrastes que me caracterizan:
gracias Hernan, por la envidia sana, por el odio querendón, y por las palabras
que siempre te voy a robar, porque vos sos escritor y yo, de madera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario