No fue la primera vez que la vi, pasó un tiempo considerable, no exesivo, pero sí prudentemente considerable antes de darme cuenta. Fue cuando sonrió, tampoco como el primer día, no es que ella nunca sonriera antes, desde el primer día la vi reír a carcajadas, ambos nos reímos hasta de nuestras desgracias. Pero esta vez su risa era algo diferente.
Tenue, sencilla, una especie de mueca que achinaban aún más sus pequeños ojos, que me miraban de a ratos. No había lógica en esa sonrisa, al menos yo no la encontraba, porque no era posible que tan sencillo gesto despertara tantas sensaciones. Estaba cargada con una fuerza de incalculable magnitud, tal es así, que yo no podía dejar de mirarla, atontado, y mi boca no hacía más que intentar sin éxito imitarla.
Fue entonces que entendí que la belleza se había democratizado. Su belleza era universal, infinita, y tan simple que podía ser expresada a través de una sonrisa tan perfecta como su toda. No había razones para sentir celos, porque ni el más tonto y egoísta idiota, hubiera podido nunca envasar su don; limitarlo y guardarlo para mi sería un absurdo, porque exedía la posibilidad de calcularlo.
Así entonces sin salir del encanto, le dije gracias, y soñe con tener alas, que me permitieran volar a su lado, porque por primera vez comprendí a Girondo, cuando me contó que las mujeres de las que un hombre puede enamorarse, son aquellas que pueden volar.
1 comentario:
Está excelenteee!!!!!! :)
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